domingo, 25 de noviembre de 2012

Boquita

"No siempre iba a La Bombonera. Mi padre era un intelectual de izquierda que había descubierto que la cancha era una buena forma de entretener a sus dos hijos en sus tardes de domingo separado. Pero el Monumental le quedaba mucho más cómodo – más cerca, más fácil de estacionar y de ubicarse – y, pese a nuestros ruegos, solíamos terminar en la platea San Martín


Era un suplicio que tenía sus recompensas: allí vi por primera vez un Boca – Ríver. Era una tarde radiante y nos reímos mucho cuando Rojitas le robó la gorra al gran Carrizo: media docena de gallinas lo corrían por toda la cancha para recuperarla. Después el partido no tuvo mucha historia y, cuando faltaban cinco minutos, como siempre, mi padre nos arreó hacia la salida. Fuimos a comer algo y recién llegamos a casa horas más tarde. 

Mi madre estaba demudada: había escuchado, como todo el país salvo nosotros, las noticias de la catástrofe de la Puerta 12. Ahí descubrí que el fútbol no era sólo esos héroes que corrían detrás de la pelota, esos muchachos que gritaban sin parar, esas dosis de gloria y decepción que cada domingo renovaba."


Hace más de cien años empezó uno de los fenómenos más potentes, más conocidos, más misteriosos de la Argentina actual: Boca Juniors y sus millones de bosteros. Martín Caparrós es uno de ellos, por eso Boquita es un libro emocional, emocionado. Un recorrido por esas situaciones que todo hincha quisiera vivir y no lo dejan: viajar con el equipo a una final, compartir la popucon la Doce, entender los negocios del fútbol, conversar con glorias xeneizes de antes y de ahora para saber cómo es y qué piensa un jugador.
Con la usual solvencia de sus crónicas, el autor testimonia eso que para la mitad más uno del país es un sentimiento, y radiografía los extremos hasta donde puede llegar la pasión boquense.

-.-

Boca 1-0 River

 "Faltaba una fecha para terminar el campeonato y empatábamos el primer puesto con los primos. Era el 9 de diciembre de 1962… La Bombonera estaba llena: Boca necesitaba los dos puntos para salir campeón y las crónicas de la época decían - como siempre – que nunca se había visto nada igual.

A los 14 del primer tiempo el error de un defensor de Ríver terminó con un penal de Carrizo a Valentim. Paulo Valentim había llegado a Boca dos años antes: cuentan que, cuando lo recibió, Armando le dijo que mientras le hiciera goles a Ríver el resto no importaba – y el brasilero cumplió al pie de la letra: le hizo diez en tres años. Aquella tarde Valentim agarró la pelota frente al arco de la Doce, se plantó en los once metros y la clavó por la derecha. Carrizo voló de palomita al otro palo: quedó muy lindo. Boca ganaba y podía replegarse y jugar con la desesperación de Ríver y la posibilidad del contragolpe.


Fue un partido tenso pero chato, sin alardes. La Doce rugía: Boca estaba a punto de salir campeón. Faltaban seis minutos cuando el árbitro Nai Foino cobró un penal dudoso de Simeone a Artime. Ríver tenía el empate, el campeonato. El silencio se hizo estrepitoso.

-Es una historia de brasileros. Orlando, el seis de Boca, y Delem, el diez de Ríver, vivían en el mismo edificio, eran amigos… por eso Orlando sabía que Delem tenía una lesión en el tobillo derecho y había estado toda la semana con bolsa de hielo.

Cuando se hace la charla técnica el DT de Boca, D´amico, le da la marca de Delem a Rattín, pero Orlando le dice a Rattín no, los primeros cinco minutos dejámelo a mí. Si mirás la filmación de ese partido, ves que en la primera que agarra Delem, Orlando le va muy fuerte y lo deja en una gamba durante todo el partido. En esos tiempos no había cambios. Cuando cobran el penal, Delem se va a un costado porque no podía más. Pero los que tenían que patear se hicieron los boludos, por eso lo pateó Delem


Se paró de frente a la pelota. Valentim, que quería seguir siendo protagonista, prometía, en esos segundos interminables, que si Delem lo erraba le daría 10.000 pesos al primer mendigo que encontrara…

En el año 62 – cuenta Marzolini – íbamos a almorzar a una cantina en Bulnes y Cabrera, los jueves, después de los entrenamientos. Y ahí, antes de jugar ese partido con Ríver, el Canario Pérez, un wing izquierdo, dijo que había visto un partido entre Ríver y Vélez y Delem había pateado un penal a la derecha del arquero. Entonces este Canario le dice a nuestro arquero, Antonio Roma, mirá Tano que si hay un penal te lo va a patear Delem y te lo va a tirar fuerte a la derecha, no te olvides. Bueno, sí, si pasa eso te regalo un traje, le dijo. Suerte que el Tano se tiró ahí a la derecha: sino era para matarlo. El otro agachó la cabeza y lo pateó fuerte, no era fácil agarrarlo. Pero el Tano la agarró muy bien.

En realidad sólo llegó a tocarla: la pelota quedó picando frente al arco y él le tiró otro manotazo para mandarla al córner. Roma se había adelantado. Los jugadores de Ríver se le fueron al humo al referí.

-Señores, les doy un penal en la cancha de Boca a cinco minutos del final y ahora quieren que lo haga repetir… Por favor…

-Pero referí, el arquero se adelantó tres metros.

-Aire, aire, penal bien pateado es gol.

Delem lloraba en un costado… Entraron hinchas en la cancha, fotógrafos les trotaban detrás, policías corrían a todos y pegaban: el partido estuvo suspendido diez minutos…

Al otro día una viejita recibió 10.000 pesos en la puerta de una iglesia y el Canario Pérez se sentó a esperar un traje que nunca llegó… El domingo siguiente le hicimos cuatro a Estudiantes; después de ocho años volvíamos a dar la vuelta olímpica".

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